Vida y sabor: una travesía sensorial inolvidable.
Un Encuentro de Navidad en el Barrio
Por el Padre Martín Ponce De León Los personajes se encaminaban hacia el lugar designado.A medida que avanzaba el tiempo, todo se desarrollaba como si se hubiese ensayado en numerosas ocasiones.
Lo que venía a continuación no ofrecía lugar para errores.
Una extraña sensación me invadía.
Estaba llevando adelante un sueño y todo fluía casi como en un ensueño.
Era Navidad, una verdad innegable.
La sencillez y la poesía eran presencias demasiado evidentes como para ser ignoradas.
Poco a poco, grupos de niños se acercaban, dispuestos a poner su energía en ese momento.
Los jóvenes intentaban aclarar sus roles, evidenciando la falta de ensayos previos.
Incluso algunos adultos manifestaban su deseo de participar.
Finalmente llegó la persona encargada de amplificar los textos y la música.
Pronto comenzaron a sonar villancicos, atrayendo a un público diverso.
Alguien se acercó para informarme que ya era hora de comenzar.
Era cuestión de recorrer los grupos anunciando el inicio, y así lo hicimos.
Un profundo silencio comenzó a apoderarse de los presentes, quienes optaron por escuchar y observar, participando con atención hasta el final.
El sol, en un gesto amable, iluminaba con calidez, evitando que alguien se quejara de su presencia.
En el barrio, es común encontrar numerosos perros, pero tal vez alguien decidió que se unieran a nuestra celebración.
Igual ocurrió con las tres ovejas que amablemente nos prestaron, cumpliendo su rol con total calma y tranquilidad.
Los participantes fueron llenando el espacio donde se representaba el nacimiento del niño, junto a su madre y su esposo.
El lugar parecía pequeño ante la magnitud del momento.
En un instante, dirigí mi mirada hacia el pesebre y vi a “María” alzando al niño, regalándole una delicada sonrisa.
En ese momento entendí que ya era Navidad.
Eso es Navidad: lo humano que sonríe alzando al amor de Dios hecho niño, presente en nuestra historia.
Cuando Jesús nace en nuestras vidas, todo parece disminuir, ya que Él se encarga de ocupar todos los espacios, permitiendo que todas las presencias se unan y tengan su lugar.
Con Su llegada, las durezas de la existencia se desvanecen, llenándose de fragilidad y ternura.
Desde lejos, un carro apareció con los magos y sus presentes, que no se quedaban en el niño, sino que se repartían entre todos los presentes.
Así se creó un ambiente de alegría navideña, donde sonrisas se multiplicaron y dulces compartidos.
Era un sueño que se convirtió en realidad gracias al esfuerzo conjunto de muchas manos.
Este evento quedó grabado en la memoria de muchos, especialmente en el corazón de quien lo había soñado.
Si uno quisiera concluir este relato agradeciendo a todos los que hicieron posible esta celebración, necesitaría una larga lista de nombres que no enriquecerían la narrativa.
Son nombres que permanecerán guardados junto a todas las imágenes de esta celebración.
En mi interior, crecía una inmensa satisfacción.
Todo concluyó con la certeza de que, en la sencillez y poesía del barrio, había quedado un pedazo de vida colmado de ternura, donde todo tenía sabor a Navidad.
Fuente: Diario Cambio