Reflexiones sobre el Fútbol Uruguayo: Adaptación y Cambio
Encastrar una pieza, ajustarla y evitar que quede desalineada con el resto. A primera vista, la tarea parece sencilla, pero requiere una precisión que solo un experto puede lograr. Esta metodología se puede aplicar al fútbol.
Incorporar futbolistas a un esquema definido, basado en estrategias previamente aprendidas, demanda minuciosidad en la elección y habilidad del jugador seleccionado para adaptarse. A veces, el ejecutante deberá recurrir a un estilo diferente al que utiliza habitualmente.
El término italiano "aggiornare" hace referencia a la necesidad de remozar y actualizar. Más que reinventar, se trata de acompasar una disciplina a los cambios competitivos.
En nuestro fútbol, en medio de una dialéctica tediosa que ensalza un modo de ser etiquetado como “la nuestra”, cualquier cambio se observa con la misma desconfianza con que Jerry se aproxima a Tom cuando este le propone una tregua.
Existen entrenadores que consideran traición dejarse atrapar por lo nuevo. Pregonan, errantes por las calles de la táctica y la estrategia, que la gloria se construyó mediante esfuerzo y con la camiseta manchada, sustentados en una garra charrúa que hoy no garantiza triunfos.
Aun así, algún mediador benevolente podría susurrar al oído del fervoroso defensor de una mística desactualizada que sí se puede hablar de actitud y carácter.
La selección, en su paso por la milenaria China, mostró otra imagen: aire fresco, equipo renovado, "aggiornado". No obstante, gran parte del éxito de un entrenador radica en convencer a los futbolistas. La sinfonía afinada depende de los intérpretes y de la magia que pueda identificar a los mejores artistas, a quienes el Director deberá inculcar su impronta, lectura y convicciones.
El fútbol moderno ha instalado la necesidad de debatir sobre presión asfixiante, intensidad, labor posicional, recuperación de pelota, horizontalidad y gran verticalidad. Queda claro que dormir una siesta antes de una final de la Copa del Mundo es cosa del pasado, y que los partidos pueden ser ganados por un simple detalle. Además, el nivel de información es tan abundante que procesarlo se ha vuelto parte del éxito.
No es necesario distinguir entre ángeles y demonios en el fútbol uruguayo, aunque muchos se empeñen en resolver enigmáticos ambigramas. Hace años, el éxito de la selección de Tabárez desbarató las reuniones de brujas y la crítica malintencionada; los hechizos y rituales para derrocar al sabio conductor dejaron de funcionar.
Cercado durante mucho tiempo por un aquelarre de dudas, el Maestro sorteo predicciones erróneas que lo situaban fuera del combinado uruguayo tras el Mundial de 2010. Se convirtió en el director técnico que más veces ha dirigido un equipo nacional en el planeta, transformando la incertidumbre en certeza, logrando la adhesión de los futbolistas, convirtiendo a uno de ellos en el máximo goleador y a otro en el capitán con mayor cantidad de presencias. Un lugarteniente fue galardonado con el Balón de Oro y, seguramente, vendrán más lauros para el plantel.
En medio del acalorado debate entre fiesta y garra charrúa, el técnico ha logrado desvanecer las objeciones de los escépticos respecto al éxito. Uruguay ha cambiado.
Un aire fresco ha invadido la selección, se han cerrado ciclos, se ha potentenciado la manera de abastecer a Suárez y Cavani, mientras que futbolistas jóvenes pero maduros han solicitado cancha. El equipo se ha atrevido a romper con estereotipos arcaicos y se ha apoderado del balón, avanzando en la cancha con la elegancia exigida durante tanto tiempo.
El Mundial se acerca y el entusiasmo mesurado está permitido, especialmente porque en la lejanía, las voces críticas han quedado afónicas de gritar sin ser escuchadas.