Un viaje que marca la diferencia
Reflexiones del Padre Martín Ponce de León tras un largo viaje
Durante veinticuatro años, el Padre Martín Ponce de León ha sido invitado a participar de la misa que se celebra cada 2 de noviembre en el Parque Martinelli de Carrasco.Este año, aceptó la invitación y se dirigió al evento junto a un acompañante, lo que hizo del viaje una experiencia compartida.
El trayecto estuvo marcado por una serie de contratiempos, ya que, a lo largo del camino, todos los semáforos parecían estar en rojo, lo que retrasó su llegada.
Sin embargo, a pesar de la imprevisibilidad del tráfico, lograron arribar justo a tiempo para el inicio de la eucaristía.
Durante el viaje, las conversaciones fluyeron, desde la duración de la misa hasta anécdotas sobre la vida cotidiana.
“No entiendo la necesidad de hacer un sermón extenso”, mencionó el Padre, “la misa no debería durar más de una hora”.
A pesar de las bromas, los dos pasajeros llegaron con buen ánimo al lugar de celebración.
La misa transcurrió conforme a la tradición, en un ambiente de respeto y solemnidad, a pesar de las adversas condiciones climáticas que incluían viento fuerte y lluvia.
El coro que acompañó la ceremonia brindó un toque especial con sus interpretaciones, sumando a la atmósfera de oración y reflexión.
Al finalizar la ceremonia, el Padre recibió comentarios positivos de los asistentes, quienes expresaron su gratitud y compartieron las razones de su presencia en ese lugar tan significativo.
Tras la misa, comenzó el regreso, que implicaba una nueva travesía en busca de un material necesario para sus próximas actividades.
A lo largo del retorno, compartieron sándwiches y continuaron conversando.
El clima nublado y el viento fresco hicieron que el viaje pasara más rápido.
En un momento, su compañero sugirió detenerse a saludar a una familia que vive al borde del camino; así lo hicieron, disfrutando de una breve visita.
Al llegar a su destino para recoger el material, el tiempo fue igualmente limitado.
Mientras su acompañante organizaba un asado para esa noche con amigos, el Padre sentía la necesidad de apurar el paso, cansado tras tantas horas de conducción.
Sin embargo, experimentaba la satisfacción de haber cumplido con un deber que le llenaba de gratitud hacia aquellos que lo habían invitado una vez más.
Al final de este largo recorrido, con más de dieciséis horas en carretera, solo deseaba descansar y dejar atrás el auto.
Aunque el cansancio pesaba en su cuerpo, el sentido del deber cumplido le llenaba el espíritu.
Para el Padre Ponce de León, no hay nada difícil cuando se trata de cumplir con lo que uno se ha propuesto, especialmente si eso significa provocar sonrisas y fortalecer la gratitud hacia aquellos que han compartido su camino.
Un viaje que, sin duda, valió la pena.
Fuente: Diario Cambio